Tomas Abraham: “El ser nacional no existe”
El ser nacional, situación de los partidos políticos y la televisión argentina fueron los principales puntos sobre los que se explayó el reconocido filósofo Tomas Abraham, durante una entrevista con Opyguadigital. Abraham llegó a Posadas para disertar en el marco de la maestría de Semiótica Discursiva, que se realizó en un hotel céntrico entre ayer y hoy.
Es uno de los filósofos más lúcidos de Latinoamérica. Argentino, provocador, admirable y prolífico ensayista y lector compulsivo. Es un observador activo de la realidad política. Se formó en París, es profesor de filosofía en la Universidad de Buenos Aires y autor de 15 libros, como La Empresa de Vivir, Historias de la Argentina deseada (1985) y El último oficio de Nietzsche (1996). También se dedicó a pensar temas sobre: la televisión, el discurso de los economistas, la vida privada de filósofos, de Platón a Kant, de Gombrowcz a George Soros.
En los últimos días se habló mucho sobre lo que identifica a los argentinos, a raíz del programa El Gen argentino, para usted ¿Existe el ser nacional?
Todos los que buscan la identidad nacional es por una ideología reaccionaria, de resentimiento y revanchismo que tratan de eliminar los ingredientes que hacen a la argentinidad. Ni el gaucho, ni el inmigrante, ni el indio son los prototipos de la nacionalidad argentina. Lo del ser nacional no existe, es solo un sentimiento que generalmente lo manifestamos en un campeonato mundial, o cuando vamos de visita a otro país llevamos el dulce leche o extrañamos nuestro país. Todas estas cosas son de sentimientos que tienen que ver con la infancia, la familia y el terruño, es un sentimiento normal. Creo que hay un sentimiento, por las simbologías que tienen los pueblos, la camiseta de fútbol, la idiosincrasia y ciertas identificaciones que tienen que ver con la sociabilidad, no con un origen mítico. Esta sociabilidad hace que nos asemeje y nos una en un estado pese a las diferencias que son muy grandes en Argentina. Acá las provincias son países, Misiones por ejemplo es un país distinto a Mendoza.
¿Considera que la televisión ha dejado de producir contenido con la emisión de los reality y programas que se dedican a hablar de otros?
En general la TV muestra un alto grado de aburrimiento y manía, la programación es chata. Han desaparecido los humoristas y el actor cómico que se burla del poder. No hay más tipos con campera de gamuza que imitaban al ex presidente Fernando De la Rúa. Antes teníamos, por ejemplo, La noticia Rebelde, a Alfredo Caseros haciendo de Domingo Cavallo (ex ministro de Economía), a Alberto Olmedo. Hay una gran tradición que se borró y ya no nos reímos del poder. Pasa que el poder no quiere que nos riamos, además tenemos miedo de lo que puede pasar si nos reímos. La sociedad está con miedo por todas las crisis que sacudió al país.
Hemos tenido una democracia cínica, dos presidentes que se fueron antes de cumplir su mandato, uno que se pasó riendo de nosotros durante diez años. Pero ahora en lugar de llorar hay que hacer cosas nuevas.
¿Cómo observa este fenómeno que se dio en Misiones, con la presentación de más de 1500 sublemas y 16 mil candidatos para las elecciones del domingo?
Es un terremoto, algo sísmico. Es un síntoma de necesidad de ser parte de algo y por el otro lado no se garantiza un compromiso ciudadano. Creo que esa situación complica en demasía el escenario. Se puede participar y beneficiar a la comunidad sin ser candidato. Con hormigueros de candidatos no creo que se logre garantía de nada. Lo fundamental en Argentina es crear estados nacionales, provinciales y municipales con gente creativa y honesta.
¿Con la ruptura de los partidos tradicionales se podría decir que dejaron de existir los partidos políticos en Argentina?
Existe una gran fragmentación y es muy difícil volver hacia atrás como para crear los dos grandes movimientos políticos que tuvo Argentina. Uno de esos movimientos fue el Irigoyenismo o el radicalismo y el otro el Peronismo o Justicialismo. En la actualidad lo importante no es crear partidos políticos, sino organizaciones políticas y civiles, que se pueden llamar como quieran pero que tengan una estructura y una gran voluntad de cambio con gente distinta.
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